Andábamos, Señor, el buen camino.
Vivíamos, Señor, en la pobreza
y no nos arredraban la pereza
ni el ansia turbadora del vecino.
Pusimos el futuro en tu destino
cual gente sana y noble. Y la cabeza
del rey se coronó con entereza
en un pequeño reino campesino.
Pero fuimos tentados con malicia
quisimos ser más grandes, ser más dueños
y cambiamos la fe por la codicia.
¿Quién sabe dónde duermen nuestros sueños?
Desde que rompió el saco la avaricia
ya no somos ni grandes... ni pequeños.