A mi abuelo,
don Manuel Otero y Otero
Constante emprendedor de cien empresas,
despierto soñador en tu Cambados,
jugaste unos talentos biengastados
y ganaste, o perdiste, sin sorpresas.
Las luces y las sombras hoy sopesas
en antiguos rincones olvidados,
y sabes que entre aciertos y pecados
cumpliste, escrupuloso, tus promesas.
Aquí fuiste capaz de una obra hermosa
y al verla terminada en tí creyeron.
Allí juzgaron que era poca cosa.
Allá en cierta ocasión no consiguieron
torcer tu ruta firme y laboriosa
de hormiga empresarial por más que hicieron.
¡Qué cosa! Ahora te canta a la guitarra
un nieto que salió más bien... cigarra.